martes, 31 de enero de 2012

Mirando sin Remedio

Mirando sin remedio entre las notas
Que tejes cuando llamas a mi puerta.

Me dices que no puedo
Seguir el curso del río
Que no se sustituir cada verso
Con delicadeza, por una nueva
Remada transitable.
Me dices que construyo las paredes
En donde voy colocando las estampas
Que duelen al recordarse
Y en fin que todo en mis poemas
Son tardes, son colosos
Que no nos dejan saltar como la vida
De escalón en escalón.

¿Y cómo hago que los bancos anden?
si las paredes se aproximan
en el vacío de tus silencios,
si las rodillas acaban inexorablemente
hincándose en la tierra, si los ojos
buscan en su sed el descanso de los espejos…

Dime, qué hacemos con los vientos
que se demoran en llegar,
qué hacemos con esos estadios,
que siembran la duda entre
ola y ola, qué hacemos
con la espuma de los años.

Qué escribo yo que continúe,
en el momento exacto
en que te marchas.

Hay poetas

Hay poetas que pronuncian
espumas que no han tenido en su piel
vientos por los que nunca
se dejaron llevar
y horas que con nadie han querido vivir.

Son los poetas del banco,
que no envejecen de no levantarse
de calcular las estrellas de la noche
de perder las botas en la orilla
y sentir su peso en la bragueta.

Perdón, en donde dije poetas
eran momentos en los que yo
me había confinado
a mi isla
y no hice caso de la resaca
de las olas.

Más allá de Ti

Estoy cansándome
de romper las hojas
que te describen.

Quiero que desaparezcas,
entre algunas comas
y antítesis.

Que la imaginación,
nos lleve más allá
de ti;
a mapas que no existen,
a noches con lluvia,
a buscar tu escondite
preferido.

Desde esta parte del papel
todo puede existir,
hasta tú.

Caminos Indiferentes

Crece lentamente,
sin respetar la nieve
que marcaron sus pasos,
mientras caminaban
indiferentes
por ríos de oscuridad.

Huye de las rutinas
más frías y solitarias.

Desaparece temporalmente,
temiendo saldar
con lágrimas,
la batalla que marcan
las agujas de su reloj.

Huye del destino
más verdadero y doloroso,
de los bancos acompañados.

Granada I

En esta religión de la distancia
te hundes en los charcos y en el otoño.

Agonizas sin admitir que los siglos
te han dejado en la esquina solitaria
y te ensombreces con cada redoble,
con cada mordedura, del reloj.

Yo me voy: tú te pierdes,
y no es tu culpa, granada,
que desandemos las baldosas
perdidas de otro tiempo.

Deja que te diga al menos,
aunque te duela, mi infancia,
¡Qué tantos siglos tienen tus piedras
y yo ni un suspiro te falto!

Aquí nos despedimos, en un verso
en un fandango, en un camino
en una mirada rencorosa.

Libertad

                                                                                  Pero bella y letal como veneno
                                                                 
                                                                                                     Javier Egea
El sonido de la libertad,
-veneno enigmático-
estrangula lentamente
cada ángulo de tu piel.

Has desaparecido, lo sé
porque han venido
a buscarme
los incansables caminos
de la soledad.

Y contigo se fue
lo dorado del mar,
extenso mar,
con su horizonte
y tu luz inocente.