Ninguna palabra
es ya como solía.
CABALLERO BONALD
Ya
es la segunda persona en este año
que
veo hundirse en el cáncer.
Quienes
la quisieron
están
llorando al otro lado de esta habitación.
¿Qué
decir en estos casos?
Parece
que no nos queda otra
que
tragarnos las ganas de lo imposible
y
no decir
nada.
Esa
amarga sensación en el paladar
que
tantas veces me hizo renunciar
a
un beso
a
una verdad
a
una oportunidad para derrumbar mis castillos de arena
y
volverlos a levantar.
Tragarse
las ganas de lo imposible
podría
ser la única razón por la que fracasamos
lo
único que hizo
que
fuese imposible
una
palabra de despedida.
Tragarse
las ganas de lo imposible
cuando
la lógica
es
el más brutal de los convencionalismos,
la
lógica nos hizo creer
que
el capitalismo no se retro-alimentaría
de
nuestros propios órganos
que
la verdad estaba a la vuelta de la esquina
y
eso, desde 1789,
que
podíamos alimentarnos de palabras
que
no escupiríamos nunca
en
un cementerio como este
que
tú y yo
no
podríamos amarnos.
Tragarse
las ganas de lo imposible
porque
es nuestro único alimento
seguir
mascando lo que no haremos
lo
que no diremos
los
órganos que no estamos dispuestos
a
vomitar
por
miedo
al
fracaso.
Tragarse
las ganas de lo imposible
y
vestir esta bestia de prudencia y de cordura
cuando
apenas sí hace falta
una
mísera palabra que decir
un
solo descanso de calcular probabilidades
de
decir que lo imposible no es imposible
una
sola palabra no atravesada
por
las agujas del reloj,
para
sonreír.
Tragarse
hasta el último nudo de resistencia
hasta
el último impulso
de
estrellar una botella en la pared
como
siempre nos habían enseñado.
Y
ahora que ya no creo en dios
lo
difícil no es adornar a la muerte
de
un sentido
sino
saber
qué
coño hacemos los que aún
seguimos
aquí
tragándonos
las ganas
de
lo imposible
un
día
más.
Castell de Ferro, 30 de agosto de 2012.